fecundación de la abeja reina

1.- Tipos sociales de abejas, sus particularidades, relaciones y funciones.

En el medio natural, no se ha encontrado nunca una reina extraña, extranjera, al interior de una colmena. Hay muchísima rivalidad entre las reinas, a la vez que un respeto inmenso de las demás abejas hacia cualquier reina; ni las guerreras, ni las obreras, ninguna abeja tiene derecho a matar a una reina, ni aunque sea de otro panal; sencillamente, cuando un hombre introduce una reina extraña en un panal, la multitud rodea a la extraña, esperando su muerte por asfixia o por hambre, o bien esperan el ataque de la reina autóctona. En efecto, hay veces en que la reina de la colmena desafía a la extraña, introducida artificialmente por mano del hombre; en aquellos casos, se abre un pasillo para que las reinas luchen. Por lo general, es la reina extraña quien pierde la lucha, debiendo huir antes que la rodeen. Incluso, cuando se retira una reina de su colmena y se introduce una extraña, tampoco es aceptada, sino que también es rodeada y encerrada.
Existe una sumisión extrema a lo que la reina representa; es la regalona de la colmena y el ser más importante. La devoción por la reina es tal que las demás abejas ofrecen su vida por ella, entregando sus reservas de alimento, por ejemplo, o desprendiéndose de su aguijón que se suelta junto a sus entrañas cuando lo clavan en un intruso. Pero la reverencia que le tienen es por su misión, no por su “persona”. Se ha visto como sus súbditas han llegado a maltratarla cuando ésta, nuevamente por la intervención del hombre, es impedida de salir a su vuelo nupcial; la instigan a salir cada cierto tiempo, y a la segunda o tercera vez empiezan a maltratarla por perezosa. “A la reina se la trata como a una madre bajo tutela… le está reservada la miel más pura, especialmente destilada y casi completamente asimilable; tiene una escolta de satélites que vela por ella día y noche, que facilita su trabajo, prepara las celdas, la cuida, la acaricia, la alimenta, la lava, hasta absorbe sus excrementos.”
Si se saca a la reina de la colmena, la noticia se propaga en dos o tres horas, y todo se desordena, van en su busca, ya no buscan miel. Aquello ocurre cuando no hay larvas de obreras de menos de tres días, ni ninfas reales… pero si la reina vuelve, la recepción es extraordinaria, le ofrecen miel, la acarician con sus antenas y retorna el canto íntimo de la presencia real, que es como un melódico murmullo general de bienestar. Hay que recalcar aquí que las obreras evitan siempre volverle la espalda a la reina, andan a empujones y abren espacios para mantener siempre sus caras hacia ella.
Si el pueblo perece en masa, casi siempre se salva la reina, porque la protegen; podemos hallarla fuerte aún debajo de los cadáveres; sus súbditas facilitan su huida, la defienden y abrigan con su cuerpo, le reservan comida o sacrifican la de ellas.
Cuando en el panal hay cunas de obreras de menos de tres días, la tensión disminuye, pues cualquiera de ellas tiene el potencial de ser una reina (alimentándola con jalea real), pero cuando la reina es virgen (como cuando la princesa queda sola en el panal como nueva reina luego de la enjambrazón) hay una ansiedad tremenda y un cuidado extremo, pues de ella depende el futuro del panal.
La reina casi no tiene cerebro con relación a la obrera, esto ocurre, supone, en beneficio de sus órganos reproductivos; las obreras, en cambio, tienen sus órganos sexuales atrofiados, pero son más inteligentes, pudiendo cumplir diversas funciones. Como dijimos, cualquier cuna o celda de obrera (larva) puede convertirse en celda real, y también puede ocurrir en el sentido inverso, que una celda real sea convertida en celda de obrera; esto último ocurre generalmente cuando la cosecha de miel y de polen ha sido pobre. No nacen nuevas princesas cuando ha habido escacez. De igual manera, si en las colinas abundan flores imprevistas, o los márgenes del río resplandecen de nueva cosecha, si la abeja reina es vieja o poco fecunda, si la población se acumula y hay poco espacio, aparecerán las celdas reales. Si la cosecha falta o la colmena es agrandada, pueden ser destruidas las celdas reales. Éstas últimas se conservarán mientras la joven nueva reina no llegue fecundada del baile nupcial. 
Se ha hecho un experimento tratando de desprestigiar a las abejas aduciendo que son tontas; consiste en poner las abejas en una botella con el boquete abierto, éstas se golpearán repetidamente sin encontrar la salida, mientras que las moscas saldrán muy pronto de la botella. El autor del libro las defiende diciendo que es muy natural que no encuentren la salida por que las abejas se guían principalmente por la intensidad luminosa, por lo acostumbradas que están a vivir en un panal, y que si se gira el boquete abierto de la botella hacia la luz, las abejas saldrán fácilmente.
El color preferido por las abejas es el azul. Cuando el apicultor se acerca a la colmena con un escudo de humo, las abejas permanecen sin atacarlo; se someten como si fuese una catástrofe natural (un incendio), pues en toda catástrofe inevitable, invasión, incendio, saqueo tratan de beber lo máximo posible de la miel de su colmena para ir a instalarse a otra parte. Hay que recalcar que las abejas poseen dos estómagos o reservorios, uno personal y otro denominado papo, que carga el néctar hacia la colmena.
Aún es posible admirar toda la escala evolutiva de las abejas: desde las solitarias, pasando por las familiares (abejorros) hasta la abeja evolucionada y social de colmena. La hembra del abejorro, obrera también, no ha renunciado a la sexualidad, mientras que la obrera de colmena está destinada a perpetua castidad (por el bien de la colmena) cargando con unos órganos sexuales atrofiados. La obrera de colmena necesita de multitud; aunque tenga abundante alimento, si no ve y está con sus compañeras, muere de soledad.
Las abejas obreras de colmena viven trabajando en distintas funciones, según su edad y tipo; las nodrizas cuidan las larvas y las ninfas; las damas de honor se ocupan de la reina y no la pierden de vista; las evaporadoras baten sus alas para refrescar la colmena y evaporan el agua excesiva que pueda contener la miel; las arquitectas, albañiles, cereras y escultoras se encargan, en cadena, de construir el panal o de agrandarlo; las recolectoras recogen el néctar que se destinará a la producción de miel, el polen que será destinado a alimentar a las larvas y ninfas, el propóleo para consolidar el edificio, y el agua y la sal necesarias para la juventud de la colmena; las químicas que con su dardo impregnan con ácido fórmico la miel, conservándola más tiempo; las selladoras que cierran los alvéolos ya maduros; las barrenderas que limpian el panal de suciedad (sobretodo de la de los zánganos), las necróforas sacan los cadáveres de los intrusos muertos; las amazonas velan día y noche por la seguridad del umbral de la colmena, interrogan y reconocen, espantan vagabundos, rondadores y saqueadores, expulsan a los intrusos, atacan en masa si es necesario, y atrincheran la entrada. Las abejas demuestran una hermandad muy fuerte dentro del panal, pero fuera de él son indiferentes entre sí; puede haber una abeja en peligro frente a otra hermana sana que la última se comportará totalmente indiferente.
Pero la distribución del trabajo no es tan estricta como parece a primera vista; un estudio más detallado demuestra que el trabajo es planificado de manera asombrosa por las abejas, cuantificando de alguna manera los recursos melíferos de la zona y distribuyendo los contingentes según la abundancia de miel y de polen en los alrededores, buscando siempre cosechar el mejor alimento en el menor tiempo posible. Se ha visto también a abejas que por la mañana trabajaban en la recolección de miel, trabajando por la tarde en la ventilación de las celdas (si es que las flores no son muy abundantes aquel día). O también a abejas que en los dos días anteriores habían estado recolectando néctar cambiarse a la recolección de polen, probablemente para descansar su lengua y su papo. Cuando las abejas recolectan polen, lo hacen recogiéndolo de una sola especie, para distribuir y almacenar debidamente el polen recogido, en el panal.
Dentro de la colmena hay muros formados por millones de celdas, conteniendo víveres para alimentar al enjambre por varias semanas. Las reservas de abril (del hemisferio norte), miel límpida y perfumada conformada por unas veinte mil celdas, están selladas y no serán abiertas más que en caso de extrema necesidad. La miel de Mayo, expuesta al aire, está permanentemente ventilada por las evaporadoras. En el centro del panal, está el dominio de los alvéolos reservados a la reina y las nodrizas que se ocupan de 10000 moradas donde descansan los huevos, 15 o 16 mil cámaras ocupadas por las larvas y 40 mil casas ocupadas por ninfas blancas. En el lugar “santo” de la colmena, en habitaciones (proporcionalmente muy vastas), aguardan las futuras princesas, envueltas en una especie de “sudario, inmóviles y pálidas, como alimentadas en las tinieblas, esperando la hora de su reinado”.

“Cada colmena tiene su moral particular”!; basta que una obrera se percate, observando a otra, que en vez de viajar trabajosamente hasta las flores y recoger apenas unas gotas de miel de algunas flores, que es posible invadir otras colmenas mal guardadas o débiles, para que su colmena de origen degenere y se vuelva bélica, trabajando menos y obteniendo más. El mismo apicultor puede inducirlas a ello, “al pillaje, la conquista y la ociosidad”.
Las abejas se comunican por baile y por sonidos, sonidos que el apicultor experimentado es capaz de discernir, que van de la felicidad profunda a la amenaza, a la cólera o a la angustia; tienen la “oda” a la reina, los “estribillos” de la abundancia, los “salmos” del dolor; producen largos y misteriosos gritos de guerra, preámbulos del vuelo nupcial, cuando ocurren los combates y matanzas entre las princesas. “Saben entenderse con una rapidez a veces prodigiosa, y cuando por ejemplo, el gran ladrón de miel, la enorme esfinge Atropos, una mariposa siniestra que lleva una calavera dibujada en la espalda, penetra en la colmena murmurando un encantamiento irresistible que le es propio, la noticia pasa de una abeja a otra y todo el pueblo se conmueve”, como hipnotizado e impotente.
Otra prueba evidente de comunicación ha sido realizada por el autor del libro. En una casa de campo con las ventanas abiertas dejó un frasco de miel expuesto. Pronto llegaría una abeja a quien el experimentador dejaría saciarse de miel; la abeja fue marcada en el dorso mientras comía. Antes de irse, la abeja revoloteó en torno a la ventana con su faz hacia la casa, memorizando el lugar. A los cinco minutos la abeja marcada volvió con dos compañeras; el experimentador aprisionó a sus compañeras dejando a la abeja marcada nuevamente en libertad; ésta volvería con otras dos compañeras. Lo curioso es que el experimentador afirma que dicho fenómeno se repite en cuatro de diez abejas visitantes, es decir, no siempre vuelven acompañadas. El mismo experimento puede ser utilizado para detectar aproximadamente el lugar de un panal; se expone miel en distintos puntos de una colina por ejemplo, y se observa la dirección hacia la cual vuelven las abejas, porque como dijimos, las abejas guardan lo consumido en el papo y no en su estómago personal.
A la abeja le bastan dos o tres flores como alimento para el día, y sin embargo visitan 200 o 300 flores por hora (cuando existe un campo florido) para acumular su tesoro, que por un lado les permite fundar una nueva generación y por otro, les permite guardar reservas para el invierno.